En Colombia el locus educativo ha sido escenario
de todo tipo de violencia, pero jamás se menciona
la violencia religiosa que tanto estudiantes como
maestros sufren.
Un primer factor para que se presente
esta situación es la absoluta incompetencia de
los docentes responsables de la Educación Religiosa
Escolar; hay dos razones para que los docentes de
esta asignatura acaben convirtiéndose en gestores
del conflicto religioso en sus aulas de clase: 1) son
docentes que están anclados a una visión de religión
fundamentada en la tradición, los manuales de casuística
y sentimientos de oposición a la diversidad
de culto,
2) no poseen la idoneidad legal para enseñar
Educación Religiosa (en muchos colegios se nombra como profesores de Religión a docentes que
no son Licenciados en Teología o Ciencias Religiosas,
transgrediendo así lo estipulado en el Decreto
4.500 de 2006, artículo 6).
De otro lado los docentes de Educación Religiosa
no han sabido abordar a una población estudiantil
que profesa una creencia religiosa diferente de la
de sus padres; muchos estudiantes que se confiesan
abiertamente ateos, agnósticos o de otra tradición
de fe, son matriculados en colegios confesionales
porque sus padres esperan que el plantel transmita
a los menores las bases doctrinales que dé continuidad
al credo oficial de la familia.
El segundo factor que alimenta el conflicto religioso
en los colegios es la frágil tolerancia a la diversidad;
hay que recordar que la sociedad colombiana no ha
sido educada desde la escuela para convivir en ambientes
de pluralismo étnico, subcultura, religioso
e incluso, en la diversidad de preferencia sexo-afectiva.
El fundamentalmente religioso es, pues, llevado
al aula de clases tanto por maestros como por los
mismos estudiantes que no aceptan lo diverso.
Así
pues, son ellos mismos quienes someten al otro-diferente
a toda clase de des calificativos, burlas, agresiones
verbales o físicas en ocasiones…
… y todo esto ocurre con el beneplácito de las autoridades
escolares o universitarias que se refugian
en la autonomía de profesión de fe bajo la frase “este
es un colegio o universidad que profesa esta religión
y todos tienen que someterse a nuestras reglas,
a quien no le guste, ¡pues que se vaya!”.
Así pues, se
obliga a los estudiantes so pena de sanciones a participar
o estar presentes en las ceremonias religiosas
opuestas a sus creencias con el pretexto de preservar
“el orden y la disciplina en la formación general del
colegio”.
En ocasiones los docentes que no profesan
el mismo credo de las directivas o que defienden la
diversidad religiosa escolar conforme la ley, son despedidos,
violándolas así, además de la libertad de
culto, el derecho al trabajo y la libertad de cátedra,
de enseñanza y de investigación constitucionales.
El tercer factor que agrava el conflicto religioso escolar
es la petrifican de los currículos de Educación
Religiosa, que por haber sido diseñados por
peritos de una sola tradición de fe y basados en viejos
manuales de casuística, ya no responden a los desafíos de una generación multiconfesional o que
se confiesa atea, a un mundo globalizado e interreligioso,
a una época de la historia en la que el
fundamentalmente religioso, tanto espontáneo como
estructurado, está tanto manifiesto como cuestionado.
Estos tres factores generan en la sociedad, inevitablemente,
una cultura de intolerancia..